Era tarde y hacía frío. La habitación casi vacía y yo sentada en la alfombra. El ventanal desnudo dejaba el reflejo de las luces de los coches que esporádicamente transitaban mi calle solitaria.
Pocos objetos en esa habitación sobrevivían a la intervención de la mudanza. La electricidad la habían cortado.
El teléfono aún seguía vivo. Lo miraba esperando que sonara. Y nada.
Tenía, por si acaso, el móvil en mi cartera. Silencio...
Chequeé la batería del celular y estaba baja, no quise conectarme para conservarla. Soledad...
-Sola pero acompañada, pensé.
- Y faltan pocas horas –me dije-.
No podía conciliar el sueño pensando en mi nueva vida, sola, lejos de mi ciudad y mi familia.
Fui quedándome dormida casi sin saberlo. Las luces de la calle entraban en mi mente como flechas, con un vuelo raso sobre mis ojos entreabiertos .
Siempre había soñado con este cambio, la vida en la ciudad anterior fue divertida, pero una experiencia escarpada y peligrosa. En esta, fue como un día sin sol y sin música. Ahora, casi sin darme cuenta, estaba entrando a vivir mi sueño.
Toda esa noche estuve abrumada, agobiada por miedos y pesadillas. Fue una noche larga, casi interminable.
Un rayo de luz, tímido, me despertó en la mañana.
Miré hacia el este y vi la grandeza de su belleza abrirse como pimpollo. El amanecer de un nuevo día. El amanecer de una nueva vida. Sentí a ese rayo de luz calar mi alma y a mi esencia recibirlo.
Sola, pero acompañada, pensé. Guardé mis últimas pertenencias y comencé el viaje.
La esperanza nacerá mañana, de nuevo, como un hijo deseado desde lo profundo. Como cada día nace el sol.
Salma, 2012
Corregido 2025
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