Hoy, apenas
despierta en la mañana, observé con detenimiento el árbol del medio del patio
de mi casa. Frente a su figura desvestida emergieron a mi mente las palabras del
técnico instalador de antenas que nos recomendó podar sus ramas altas antes del verano, debido
a que la recepción satelital se podría ver
desfavorecida por su tupido follaje. Recordé eso y quise correr y abrazarlo.
¡Se veía tan desnudo y débil en este día gris! El frío y el ruedo del camisón, enmarañado
en mis medias de lana, me impidieron salir corriendo, fui cobarde, lo sé, pero soy humana y débil…Así, enredada en las
sábanas calentitas seguí observándolo por el ventanal. No podía quitar mi mirada
de sus ramas grisáceas, humildemente
vestidas de pequeñas semillas voladoras,
ubicadas en ramilletes escamosos, aprontándose para desprenderse con el viento y caer
suavemente en pequeños remolino sobre el suelo cubierto de humus. La lluvia de
los últimos días, ha convertido el colchón crocante de oro en un resbaladizo
camino peligroso, pero siento que es parte del proceso natural, por eso me
gusta dejar el manto de hojas para alimentar el suelo y el césped. Adoro este
paisaje aunque pueda parecer desprolijo, porque no siempre el orden y el
progreso humano favorecen a la vida en general.
Pero, el árbol
está allí, en el silencio matutino de mi patio, despidiendo el otoño, apenas con algunos tempranos brotes
verdes, mientras yo, en la tibieza de mi
cama, recuerdo los gloriosos días del último verano, días donde este árbol, fue
la clave de la frescura del jardín. Me aparecen las imágenes, como fotografías
sucesivas en mi mente, de lo que fue nuestro remanso de paz en la locura de la
vida del balneario, nuestra fuente permanente de oxígeno y aire fresco bajo su
fronda verde y abundante, la diversión para los mimosos gatos y nuestro refugio
en las noches calurosas de enero. Recuerdo a mis hijos peleando por ocupar la
cómoda hamaca y hasta veo la ropa delicada en su cuerda de media sombra… Él, es un universo paralelo, un universo
indispensable en nuestras vidas, y a la
vez un miembro importante de la familia, como lo son nuestros gatos, o la vieja perra que nos acompaña hace tantos
años con su sabia paciencia.
Mientras seguía
en un ensueño de recuerdos, volví en un instante a la realidad y me percaté de que este árbol, el más grande de
todos los que engalanan nuestro fondo y
comparte nuestra vida desde hace tantos años, ese que planté cuando era una
pequeña semilla voladora y ha crecido junto con mis hijos, ese árbol especial,
no tiene nombre y ni siquiera sabemos a qué especie pertenece. Su vecino y
hermano, el Fresno, le ha prestado su apellido por mucho tiempo, pero es triste
que un personaje importante no sea reconocido por su verdadero nombre.
Me levanté y
rápido corrí a encender mi computadora, con el objetivo de encontrar los datos
y según pude averiguar con el viejo y
querido Google, nuestro amigo es un Arce Negundo. Llamé al Consejo familiar y
decidimos que desde hoy lo llamaremos Papá Arce. Pensamos que de alguna manera
él lo sabrá y cada vez que lo nombremos, le utilicemos las ramas o lo abracemos
podrá sentir cuán agradecidos estamos de contar con su amistad y compañía, porque
algunos lenguajes tienen traductores
incorporados para acoplarse y comenzar a formar parte del universo que, por alguna razón, nos rodea.
Salma Hassan
junio2012