El hilo de este reino


Este blog ha acompañado el crecimiento de mi humilde obra desde 2008. En él guardo versos improvisados, poemas que amo y letras sueltas, pero todos ellos conforman este puzzle que soy, un ser en crecimiento, una amante de la palabra, un sueño de poeta.
Sandra Gutiérrez Alvez (Salma)
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sábado, 18 de septiembre de 2010

PRESENTIMIENTOS



PRESENTIMIENTOS

cuento de José María del Rey Morató 
escritor uruguayo, contemporáneo
   


Algo le hacía sentir a Isabel que su hijo no debía salir esa tarde.
Los demás intercedieron por él, era un simple encuentro
con sus buenos amigos de siempre. El hijo salió.

    
     
Cuando Isabel llega a la puerta de calle para darle un billete de quinientos pesos –«por cualquier cosa, no lo gastes en pavadas»–, su hijo ya no estaba. Sus amigos tampoco. Había venido hasta la puerta para darle un beso y alguna recomendación final, cuando se acordó de que había dejado la olla en el fuego; dio media vuelta y corrió a la cocina. Apagó la hornalla y volvió a la puerta de la casa. Mira bien, en todas direcciones, y comprueba que no están su hijo ni los amigos: no hay nadie. Se desconcierta. Entonces recuerda que su hijo no le había dicho cuáles de esos amigos eran los que vendrían a buscarlo, o le dijo y ella no lo escuchó, o lo escuchó y ahora no se acuerda qué fue lo que le habría dicho. Entra, sale otra vez y mira, y entra y se angustia, va a la cocina, mira la olla, se acuerda y vuelve a salir y mira otra vez, y decide, por fin, entrar.
    
Cierra la puerta y en eso ve, encima de la repisa donde se dejan las llaves, el celular de su hijo. Se le ocurre llamarlo, pero enseguida comprende que eso no tiene sentido, como tampoco lo tendría la idea de salir corriendo y tratar de encontrarlo. «¿Para dónde era que iban a ir, habrá llevado plata para poder volver o lo traerán de vuelta? No me dijo nada. ¡Estos chiquilines!» El hijo de Isabel tiene dieciocho años; para la ley es mayor de edad, aunque a veces parece que se quedó en los quince años. Los buenos amigos de siempre juran y perjuran que aquel día nunca se encontraron con el hijo de Isabel.
    
Cuando suena el celular –el celular de su hijo– Isabel escucha la voz de alguna persona que lo llama y ella contesta y pregunta, pero nada. Otros dejan un SMS. Pero nada más que eso. A medida que se fue corriendo la voz de lo que pasó, o no pasó, o pudo haber pasado, o a ella se le ocurre o dice que algo le había hecho sentir…el celular suena cada vez menos. Tal vez su hijo nunca llegue a madurar y permanezca, para siempre, en esos dieciocho años.
     
Tiempo después podría imaginarlo como un muchacho de veinticinco años y, más adelante, como un hombre de treinta.
     



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sábado, 31 de julio de 2010

"Es tan misterioso el país de las lágrimas" (Saint-Exupéry)


Con motivo de conmemorarse un nuevo aniversario del fallecimiento de Antoine de Saint-Exupéry, les acerco un texto de mi compañero de letras en "Escritores a la Rueda", el escritor uruguayo José María del Rey Morató.
  
Antoine y el principito


"Es tan misterioso el país de las lágrimas" 
(Saint-Exupéry)

por José María del Rey Morató

            El avión que pilotaba Antoine de Saint-Exupéry cayó en las aguas del Mediterráneo, cerca de las costas de Francia, el 31 de julio de 1944. Los restos mortales del aviador francés nunca pudieron ser hallados. «Pero sé que verdaderamente volvió a su planeta, pues, al nacer el día, no encontré su cuerpo» (El Principito, New York, 1943).
            El piloto famoso y escritor admirado había nacido en Lyon el 29 de junio de 1900. Su padre era vizconde y tenía funciones ejecutivas en una compañía de seguros, su madre era una persona de gran sensibilidad artística. Cuando Antoine tenía cuatro años de edad perdió a su padre.
            Estudió con los jesuitas en Villefranche y con los marianistas de Friburgo; pero no consiguió aprobar el examen de ingreso a la universidad.
            Entró en el servicio militar y después se hizo piloto. Desde 1926 voló para la compañía Aeropostale entre Francia y el Norte de África.
            La puesta en marcha del servicio de correspondencia aérea entre América del Sur y Francia debe mucho a los trabajos como piloto y en tierra de Saint-Exupery.
            En 1931 se casa en Buenos Aires con Consuelo Suncín (25) salvadoreña, que venía de dos matrimonios en los que terminó como viuda. Es la dama que inspira sus comentarios sobre “la rosa” en las páginas de El Principito.
            Cuando llega la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) entra en la aviación militar francesa.
            Durante un vuelo de reconocimiento –que era parte de la preparación para el desembarco de los Aliados en Provenza–, su avión desapareció. Se pensó que había caído al Mediterráneo, aunque en aquellos días finales de la Guerra no se pudo aclarar el hecho.
            Para las autoridades militares la desaparición del avión de Saint-Exupéry fue un misterio durante largos años.
            En 1998, a cincuenta años de su desaparición, un pescador francés mostró una pulsera que dijo haber encontrado en la orilla del mar Mediterráneo cerca de Marsella. Tenía grabado el nombre de Antoine de Saint-Exupéry.
            Pero la gente no quedó convencida de la autenticidad del hallazgo. Las autoridades francesas, por las dudas, concentraron sus trabajos de búsqueda en el probable lugar del accidente.
            Cinco años después del episodio de la pulsera localizaron y extrajeron del mar los restos de un avión que luego fue inequívocamente identificado como el de Saint-Exupéry. Habían pasado más de sesenta años de su misteriosa desaparición.
            No quedaron dudas de que la aeronave había sido abatida en una acción militar. Seguía sin saberse quién derribó al avión. Tampoco se encontraron rastros del cuerpo de Saint-Exupéry.
            El misterio de la caída del avión se mantuvo hasta marzo de 1998, cuando un piloto alemán –que había sido apasionado lector de los libros de Saint-Exupéry– confesó haber sido quien hizo los disparos que tiraron abajo el avión francés. En julio de 1944 no supo que estaba acabando con la vida del escritor que admiraba y, más tarde, guardo esa dolorosa verdad en secreto hasta cerca de su muerte.
            Pero los restos de Antoine de Saint-Exupéry nunca aparecieron.
            La leyenda cuenta que ese destino estaba anunciado en las páginas finales de «El Principito» desde un año antes del accidente.


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El amanecer de una nueva vida.

  Era tarde y hacía frío. La habitación casi vacía y yo sentada en la alfombra. El ventanal desnudo dejaba el reflejo de las luces de los c...