El hilo de este reino


Este blog ha acompañado el crecimiento de mi humilde obra desde 2008. En él guardo versos improvisados, poemas que amo y letras sueltas, pero todos ellos conforman este puzzle que soy, un ser en crecimiento, una amante de la palabra, un sueño de poeta.
Sandra Gutiérrez Alvez (Salma)

lunes, 6 de junio de 2016

Doña Violeta




Doña Violeta

Ella es mi abuela.
Una  gran mujer en un cuerpo pequeño
de ojos vivaces y piel ajada por el tiempo.
Acuna sus noventa y tantos
conservando la ilusión de canturrear un vals  con la música del alma.
Cocina, como siempre, sus platos sanos y sencillos,
herencia de numerosos años  alimentando las almas de los niños.

El viento sopla fuerte por entre la cuchilla
pero los  temporales  no abolieron su fuerza.
Caminó bajo lluvia,  con sus manos dispuestas.
Comprometida con ellos, los pequeños,
asumió  el rol de madre de generaciones enteras.

Ella es mi abuela. Cocinera  por destino.
Limpiadora voluntaria  por tres décadas en una escuela.
Viuda a edad temprana,
la sostuvo su salario de cocinera.
Una mujer así no sabe de ambiciones,
el materialismo le es ajeno,
y el compromiso es  mucho más que una palabra.

Hoy, la pequeña anciana, dice que nunca duerme,
vive ciertos  ensueños mientras dormita.
Rememora  el ruido de los platos sobre la larga mesa
y olvida el mal carácter de ciertas  directoras
atrayendo  el aroma de amor de  tantas otras.
Corren por sus pasillos, los  inolvidables niños,
sentados a la mesa esperando su plato.
La polenta caliente  borbotando en la orilla,
algunos  tucos pobres en los tiempos de crisis,
guisos y caldos salvadores de  gélidos inviernos
hacen de su menú,  una carta exclusiva.

Hay una larga prole de inocentes comensales
con sus  complejas vidas,
alistándolse como cada día,
pequeños y descalzos,
obreros de las vides en edades tempranas.
La pobreza es tan cruel, que nos va haciendo ciegos...
¡Tantos padres alcohólicos,
tantos niños obreros!

“Nunca hice una huelga”,   lo dice con firmeza,
“¿Qué comerían los niños si mis brazos faltaban?
¿Qué saben esas panzas  de luchas e ideales?”
El miedo la curtió  por esos años grises,
 cuando el sol conjugaba  izando la bandera,
el  tiempo, su obsesión,
y un rayo de sol en el horizonte, casi una condena…
Y me pregunto:
¿Cómo se mide la integridad de una persona
cuando su obra pública, tan humana, se convierte en anónima?
Una mujer de las que ya no quedan…

Jamás podré devolverle todo cuanto me ha dado,
y nadie podrá
pues lo hizo todo solo por el interés de dar.

Ella es mi abuela, Doña Violeta,
lo digo con orgullo.

Una gran mujer en un cuerpo pequeño-

Salma H

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Salma

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