Ante
todo soy persona. Mujer, hija, madre y amante de incontables pasiones
cotidianas. Me persiguen las letras, los colores, las formas. Soy transparente
al tiempo y los amores urden en mí, como
obsesivos retos. Me dominan los pasos de
mis propias flaquezas, soldadas al corazón como grilletes. Soy la que aparece y
desaparece de la escena, la que mezcla
el sádico proceder de vida con el delicioso florecer de la libertad que lo
disuelve y transforma, ese perfume
penetrante que en su dulzura me permite
reconocer mis latidos entre tantos.
Soy
la que soy, aunque invisible ante los ojos de algunos, esos otros, mis espejos, en los que me observo y mido,
los que ciegos desafían su ignota indiferencia
sin percibir las sombras de los pasos ajenos.
Soy
un ego que se reconoce, se teme, se expresa y sale en busca del otro como
cómplice, y se mezcla entre el resto sin
cautela, inmune a ciertos virus que a muchos aquejan.
Mantengo
distancia de aquellos magmas que solo
buscan atrapar mi esencia y encender mis fuegos más oscuros. Olvido los suspiros que se profesan sobre mí,
por virtudes que no poseo, y las lenguas agudas que rasgan mi cuero sin
soslayar el límite de mis razones de ser y proceder. Sigo.
A
veces me pierdo para encontrar lo nuevo. Y sigo siendo yo, rica de polen entre las manos, con tierra de color manando por los
poros, materias que valen más que el oro
y que solo cuestan un agitar de alas, un
emprender el vuelo y algún tronar de
dedos sobre el lienzo.
Amo
esta libertad que me rodea y, si
pudiera, repartiría clones de estas alas con las que he nacido, porque más allá
del placer que implica cualquier vuelo,
ellas me han dado el privilegio de escapar de incontables infiernos,
infiernos en los que otros, sin saber, siguen esclavos.
Ya
no temo perderme, he aprendido a planear en los grandes vacíos y entre las
columnas alineadas del Parnaso sin que el mismo Apolo pueda atraparme. Hay
tantos dioses imaginarios en tantos universos y tanta fe perdida en tantos
otros cielos, que los vuelos inútiles son, para mí, hoy, diapositivas pasando
sobre pupilas rotas.
Y ya
no me hieren las luminarias, ni me llama el crepitar de leños de hogueras
populosas, esta ciega oscuridad que me
persigue deja ver mi propia luz, porque dentro de esta lámpara que habito,
estoy yo, solo yo, que soy luz y soy persona, mujer en búsqueda perpetua de
otras luces.
Sandra Gutiérrez Alvez
2016