Apronté mis maletas y las fui llenado, hasta que me di cuenta que las había llenado demasiado. Así que las dejé en la estación, pesaban más de lo que podía cargar…Tenían más recuerdos, que momentos por construir, tenían más ilusiones que realidades, eran más sueños perdidos que proyecciones futuras, eran más miedos que saltos al vacío, a sabiendas que jamás, él esperaría mi caída.
Recordé la vez que me marchaba y él sólo me veía, dejándome ir sin decir palabra, las discusiones, los malos momentos y las desilusiones, después de los repetidos perdones y antes de los fatales desencuentros.
Tomé el primer tren y me bajé en la estación siguiente. Nadie me esperaba.
La soledad estaba allí recorriendo los pasillos, pero preferí obviar su presencia.
Me quedé por un lapso sentada con la melancolía a la orilla del riel y la muy atrevida me siguió zigzagueando por las calles hasta mi hotel.
Ya que estaba allí decidí abrirle la puerta y se hizo también amiga de mi habitación. Era para mi, una vieja conocida. Juntas entonamos aquella triste canción que aprendimos en los viejos tiempos de amores desprevenidos, y le mostré unas notas en mi guitarra, tratando componerle música al último poema que escribí para él. Luego la arropé en mis brazos y le di de mi amor y mis caricias, total, era mi vieja amiga; pero por ello quiso quedarse a darme todo su dolor, y por un momento fui llanto, mi pecho se abrió sintiendo el filo de su traición, y fui plena melancolía…
Dormí la noche más larga que había vivido, prendida
a mi guitarra y a mi fiel amiga.
En la mañana el sol dejó su primer rayo cegador sobre mi rostro, y con él mi hilo de nueva ilusión, la esperanza no me dejaba, había sido liberada de su antigua prisión…
Me lavé la cara, me miré al espejo, tomé mi guitarra y la vi que aún dormía…ella era mi añeja e íntima acompañante, la que de niña cubrió mis noches de tristeza, la que caminó conmigo y mi familia hasta la iglesia y me acompañó en mis días de mayor pobreza…pero era tiempo de dejarla, ya me había enseñado todo lo que sabía.
-Y ella sabe vivir consigo misma, -me dije- lo sé. Tanto y tanto la conocía…
Redacté una esquela, y la dejé en su almohada: “debo marcharme hoy, sé que me espera una nueva vía, otra nueva estación, … adiós amiga”
Y escribí en mi móvil, unas pocas letras a un gran amigo, que un día ha juntado los retales de mi corazón, que escribió sin conocerme las respuestas a mi preguntas perdidas: “he dejado durmiendo en el hotel a la melancolía, voy rumbo a la estación, pronto mi pueblo, mi antigua vida, mis derrotas, mis tristezas y mis duelos, quedarán detrás, hoy comienzo a vivir la luz de mis días…¿me acompañas?”
Cristal
recomponiendo