El muro que divide el jardín con la vereda
es un jardín en sí,
es una blonda de jazmines de hungría
y en septiembre es una inundación del dulce aroma
que las flores ofrecen.
Poco a poco el muro se llena de botones pequeños
que revientan
que se abren al mundo, que florecen
y se van apagando entre las sombras de las hojas
pero que nunca mueren.
Porque dejan guardada en la memoria
la delicia perfecta del perfume.
Y la memoria siempre es resistente
y la memoria siempre es duradera...
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Salma