Los jazmines han cargado el aire con su suave perfume. Los pequeños pétalos rosados se decoloran al sol del mediodía dejando esparcir el dulce baho... Placeres que cada año nos regala la primavera.
Hace algún tiempo, el cerco se llenaba de mariposas, avispas y abejas, vuelos necesarios y hermosos que llevaban la promesa de vida a otros jardines. Estas visitas fueron disminuyendo con el paso del tiempo y este año no hemos visto mariposas; ni siquiera los ramilletes repletos de flores las atraen. Algunas especies, seguramente extintas por los venenos de los herbicidas, no volverán jamás a nuestro jardín. Otras,quizá han detenido su vuelo debido a los fríos tardíos que, este año, octubre trajo a este lugar del mundo.
Igualmente, algunos valientes salen en busca su perpetuidad. Una pareja de picaflores zigzaguean entre las delgadas ramas del cerco, confundiéndose con el follaje. Su danza pequeña y efímera sobre las flores, son agasajos que apreciamos, disfrutamos y agradecemos. Vemos a uno posarse sobre la rama de la acacia, otro sobre el delgado cable de la línea telefónica y quiero pensar que son ofrendas de amor a cambio del suculento banquete que recibieron en el cerco de jazmines.
Estas son estampas de la primavera del dos mil veinte, un año atípico en un clima cada vez más cambiante e impredecible. Y me pregunto, por cuánto tiempo más volverán esas visitas a nuestro jardín.
Si no cambiamos la forma en que contaminamos nuestra tierra. ¿Cuánto tiempo más? Eso, solo Dios, lo sabe.
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Salma