Ella ha heredado un reino, en el cual los monarcas y el pueblo se sientan en la misma mesa,,
un reino cuya bandera es un harapo que flamea, un reino rendido a la paz y al amor.
Donde se paga con perdón como el impuesto más caro y donde la justicia es moneda corriente.
Pero, saliendo de los recintos de ese reino, la situación cambia…
Hoy ha estado sentada en la torre más alta de su castillo, observando detenidamente el mundo y la nube de esta sociedad. Todos los reinos y sus habitantes han pasado por su vista.
Ha visto una humanidad confusa, perdida en los laberintos de un sistema creado para máquinas y no para humanos..
Ha visto los que corren en una última jugada de salvación. Y a los que viven flotando en la virtualidad, mientras piensan en lo pasajero, y usan su valioso tiempo en conocer la estupidez de otros, sin dejar ni un instante para conocerse a sí mismos y su sabiduría interna.
Ha visto como caminan arrastrando sus perfectos cuerpos, trabajados y a veces mutilados por las modas, disimulados con los disfraces que le vende la maquiavélica técnica del dar para recibir.
Los ha visto pasearse en las pasarelas de la vida, tapando sus andrajosos espíritus con pieles ajenas. Disfrutando del circo de las vanidades, entregándose a la liviandad de los placeres pasajeros, esos que no les permiten disfrutar ni de ese mismo instante, y ni siquiera del placer de estar vivos, siempre queriendo ir por más…
Ha visto la angustiante realidad de este mundo que nos rodea, y su poder la acerca a las situaciones internas que se descuelgan desde sus almas como jirones entre los harapos de sus vidas y se reflejan en sus reacciones y soledades, en sus rencores y envidias, en sus deseos insaciables de ganar y poseer. Harapos que algunos han convertido en vicios y perversiones y otros en guerras y opulencias. Disfraces de lujosas vestimentas y esplendorosas mansiones, que no son más que una ilusión, una ilusión pasajera que durará el tiempo que le permitan las circunstancias de esta vida. Pero tanto peor es aquellos que dominan a otros para obtener sus ilusiones.
Ella los ve y llora, sus lágrimas de cristal mojan su delicado cuerpo, pero ha aprendido de su antecesora que no debe rendirse y que de cada observación hay un aprendizaje…
Por eso cuando se abren las ventanas de las grandes mansiones enrejadas tratando de proteger sus posesiones y sus vidas, envía su luz para despertar aquellos pequeños y cerrados corazones, que no saben ni quienes son en realidad y los invita a buscarse.
Brinda el amor que les haga ver la simplicidad de lo auténtico, que los refleje en un espejo desnudos, despojados de sus títulos, otorgamientos y posesiones. Porque desnudos, somos quienes somos en realidad…
Ata al mástil más alto, la autenticidad para que sepa que en este reino, donde Cristal es la soberana, podemos ser amados y reconocidos por lo que somos y no por lo que buscamos ser mediante la apariencia.
Cristal